
Ni hay cartas. El cartero dejó su gorra en alguna década polvareada y la propaganda en el cajetín de la muralla. El correo electrónico solo vive en la oficina.
Tampoco el larguirucho los trata con inquina. Una vez comen al día en cuencos separados y comparten el agua en un recipiente de propileno.
No se les distingue las mejillas encendidas por la fiebre, ni el aullido de dolor, si es por la artrosis de la desigualdad del tiempo o por la añoranza de las altas hierbas.
No obstante, los excrementos diluyen manchas fétidas en el suelo que uno de ellos restriega con el hocico, queriendo hacer desaparecer el peligro de la gripe nueva.
Pero al final, los vuelvo a mirar y determino que sanan porque sí, porque la naturaleza los empuja hacia algo.
1 comentario:
ME ENCANTAN LOS PERRETES, ES QUE NO ME QUIERO PONER PEDANTE PERO ESTA MUY CONSEGUIDA. DE TODAS FORMAS LO QUE MAS ME GUSTA SON TUS AUTORETRATOS DE FIN DE PAGINA. ERES UN ARTISTA. CABRON
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